Para algunos filósofos, la felicidad es la
que genera la realización de nuestra humanidad individual, sin embargo, la
felicidad es un concepto cuya definición es algo más compleja que un estado
ausente de dificultades y lleno de risas en cada instante.
Tal como nuestra
vida, la felicidad implica un reconocimiento de las situaciones y los retos que
nos hacen crecer, que nos hacen enfrentar nuestros miedos, superar
las adversidades y sentir gratitud por lo que tenemos; es un estado integral en nuestra trinidad mente-cuerpo-espíritu.
Es aquí donde la luz toma un simbolismo especial, pues nos
ha ayudado a tener una representación sensorialmente perceptible de una
realidad, en virtud de los rasgos que asociamos con ella.
Alegóricamente, la luz se entiende generalmente como ese
estado virtuoso anhelado; es la que representa la comunión con el universo
entero. Esto es también porque la luz la identificamos como guía que nos
muestra el camino a seguir; como conocimiento que nos ayuda a comprender; como candor
que nos revela la sinceridad, sencillez, ingenuidad y pureza del ánimo. En fin,
cualidades que atribuimos a un estado de bienestar.
Así observamos la relación entre la felicidad y la luz, como
se mencionó antes, la felicidad es un estado donde convive la dificultad y la
plenitud, del mismo modo como la luz convive con la oscuridad pues sin ella
carecería de sentido.
De tal forma es que nosotros como seres humanos buscamos
virtuosamente ser luz: siendo guía, consejo y proporcionando candor a los
demás.
Esta decisión la trabajamos día a día y en nuestro mundo
físico nos apoyamos de elementos y rituales que nos hacen recordarlo. Ya sea la
meditación, la oración, el fuego, las velas, el sol, las flores o los símbolos
que empleemos, todos son medios para conseguirlo.
Sé feliz y reconoce tu rededor.
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